21 jun 2010

Infiel

-Deja de mirarme con esa carita de pena, sabes que no me das lástima.
-Sabemos que sí, además te encanta.

Una sonrisilla se desprendió de los labios de Carmen.

-¿Cuántos años tienes ya?, ¿doce?

Él rió.

-Eres mi musa, Carmencita, dime que posarás para mí…
-Eres un crío…
-¿Veintidós años te parecen pocos?
-Creo que frente a mis 43, sí.
-Venga, sólo unas fotos, ni siquiera te pido que te desnudes.
-He de irme, Víctor. Déjalo estar. –Parecía esquiva, como si algo en su interior le indicara que no estaba bien, algo así como… ¿Conciencia?

Él se acercó decidido cuando ella se dio la vuelta, la agarró por detrás y la pasión se apoderó de él.
Su saliva corría por el cuello de Carmen, y después, cuando ésta se giró, por sus labios, por su lengua.

-Sólo unas fotos, ambos sabemos que es lo que más deseas. -La palabras de él eran firmes, seguras.

Algo extraño sucedió en el cuerpo de Carmen, una sensación la invadió. Era como si volviera a tener veinte. Víctor la miró, y ella lo hizo también, una señal, era una señal, una señal de que la adulta de cuarenta y tres años se había esfumado. Él llevó su mano hasta su camisa y comenzó a desabrochar los pequeños botones que se ceñían a su cuerpo.
Pasión, deseo, ¿amor? Nadie sabía si alguno de los dos sentía algo más especial por el otro, pero esas tardes fotográficas, estaban bien, fuera de la rutina, diferentes. Alejadas del monótono amor de treinta años, del ya aburrido matrimonio que con dieciocho años había forjado. Y es que Carmen ya no podía más, porque su vida se había deteriorado de tal forma que sólo necesitaba escapar, y aunque sabía que no era correcto, no podía evitar anhelar esos ratos a cada instante. Por eso cuando Víctor metió la mano entre su cuerpo y la camisa, rozando suavemente su piel, su indecisión desapareció, porque justo en ese momento, su matrimonio había acabado.

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