Tocado y Hundido

Me encantaba mirarle a los ojos cuando sonreía, y acariciarle el pelo mientras dormía. Yo la quería, y sé que ella a mí también, pero supongo que eso no era suficiente.

El frío de enero había calado ya en su mirada con sabor a miel, y el miedo a perderla podías olerlo por todas partes. Era algo inminente, estaba escrito en el aire y por mucho que me doliera, yo sabía que tenía que aceptarlo.

-¿Café? -Me dijo con su dulzura habitual, sonriendo, como si no pasara nada.

Yo asentí, simplemente, en silencio, respirando con una aparente tranquilidad, pero todo me inquietaba en ese momento. El sonido de las gotas de lluvia golpeando en el cristal de la ventana, el chisporroteo de la chimenea encendida y el burbujeo del café que Carmen estaba preparando, todo hacía que me pusiera nervioso.

Se acercó al sofá con una taza de café en cada mano. La suya era una de esas que llevan una foto impresa. "The Who" creo que eran, le encantaba el rock británico. Yo odiaba ese tipo de tazas, siempre me han parecido una horterada, pero ella las coleccionaba, por eso cada vez que salía de viaje le traía una diferente, cada una de un grupo que la hubiera oído mencionar.

Recuerdo que se sentó a mi lado en el sofá , como había hecho yo un rato antes. Respiró profundo, parecía que se iba a romper, y es que era tan frágil y tan inquebrantable al mismo tiempo... No sé si estaba segura en ese momento, pero aún así lo parecía. Me cogió la mano y me miró a los ojos. Comenzó a faltarme ella, su calor, su forma cálida de sentir, y en ese instante supe que aquella frialdad era algo a lo que debía acostumbrarme.

-Daniel, lo siento -le temblaba la voz, era la primera vez que escuchaba esa vibración.

No hizo falta más, yo me quedé callado, y vi en sus ojos, su corazón rasgado, pero yo ya no sentía el mío.

Se levantó, cogió las llaves y se puso el abrigo.

-Carmen...

Ella se giró y me brindó una leve sonrisa, mezclada con compasión y lástima. Entonces se fue, para no volver. Mi dueña, mi amor, mi Carmen.