7 feb 2010

Vuelta atrás

Hacía al menos, cinco años que no pisaba por allí. Cuando comenzó a adentrarse con el coche el en la zona madrileña de Vicálvaro, ya empezó a sentir un nudo en el estómago. Sólo con ver los edificios de ladrillo rojo donde vivía, la nostalgia importunaba en ella. Ya caminando por la acera, los recuerdos iban apareciendo por su mente. Miraba la plaza del supermercado y de los bares, que cuando era niña tan lejos la creía, cuando ni siquiera se encontraba a cinco minutos de casa. Se encontró de frente con todas sus memorias. Pasó los dedos por los barrotes rojos del colegio de niñas, donde ahora chicos y chicas jugaban en el patio. Recreos jugando a la cuerda, a la goma o a la rayuela. Y también diciendo cosas como “¡tú la llevas!”
Subió por su calle hasta llegar a su portal, Calle Siero, número 9.

-¡Julia? –Una voz de mujer, de unos treinta años hizo que a Julia se le parara el corazón.

Tenía miedo de afrontar su pasado, de enfrentarse a esa mujer que todavía no sabía quién era. Se giró y vio los ojos de esa mujer, conocía esa mirada inocente, esa sonrisa dulce, esos labios suaves que siempre deseó probar.

-Esther… –Su voz entre cortada expresaba el temor a encontrar cosas que ya hubo olvidado.

Un amor fuerte, de locura, de juventud. La primera y única mujer a la que había amado. Siempre tuvo relaciones con chicos, y realmente la gustaba, pero una noche, su hermano apareció con una amiga, se miraron y a la joven Julia, no le quedó otra que sonreír. Sentía el deseo y la dulzura con la que Esther la había mirado. La amistad entre ellas surgió como el fuego. Julia comenzó a sentir, la confusión se adentró en ella y el miedo a experimentar algo diferente. Sabía que Esther la quería, quizá tanto como lo hacía ella. Noches en la misma habitación y deseo de hacer algo que finalmente, no hicieron. El tiempo pasó y Julia decidió marchar. 17 años tenía cuando conoció a Esther, 20 cuando se alejó. Ocho años habían pasado, ocho años hacía que no la veía, pero jamás pudo olvidarla. Escuchar su nombre en los labios de ella, siempre la estremeció, siempre le puso la piel de gallina. Por eso, aunque realmente no sabía quién era la que había pronunciado su nombre, su corazón dio un vuelvo.
Esther la abrazó, la miró a los ojos y la cogió una mano.

-Te eché de menos, no esperaba volver a verte, y menos por éstas zonas. –Su alegría era sincera- te estuve esperando, siempre pensé que vendrías a buscarme.

Julia agachó la cabeza, no sabía que decir, nunca quiso a nadie como a ella. Sólo con mirarla volvía a sentir lo que tantos años atrás.
Pd. Escrita el 4/11/09

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